Las campeonas que hicieron de Tokyo 2020 unos juegos feministas Opinión de Lulú V. Barrera, Nohemi Cerero e Itzel Plascencia

Por: Agencia y Redacción Poder Pluralidad Política

Las campeonas que hicieron de Tokyo 2020 unos juegos feministas Opinión de Lulú V. Barrera, Nohemi Cerero e Itzel Plascencia

Artí­culo de Opinión

Las campeonas que hicieron de Tokyo 2020 unos juegos feministas Opinión de Lulú V. Barrera, Nohemi Cerero e Itzel Plascencia

Lulú V. Barrera, Nohemi Cerero e Itzel Plascencia forman parte de ‘Luchadoras’, una colectiva feminista mediactivista que con su campaña #Campeonas siguió los logros de las mujeres en los Juegos Olímpicos Tokyo 2020.
En los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020 presenciamos una extraordinaria participación de mujeres, con un poderoso pulso feminista, que nos enchinó la piel. Estos fueron los primeros juegos de la historia con paridad de género en la participación: 49% de las atletas fueron mujeres, hubo 18 eventos mixtos y por primera vez las 206 delegaciones participantes incluyeron al menos a una mujer. En otros casos las mujeres conformaron la mayor parte de las delegaciones, como las de México, Gran Bretaña y Estados Unidos.
Hubo atletas que volvieron medallistas olímpicas a sus países por primera vez, como Polina Guryeva, de Turkmenistán, con plata en halterofilia; y Alessandra Perilli, tiradora que ganó el bronce para San Marino. También estuvieron quienes ganaron las primeras medallas de oro para sus países, como Flora Duffy en triatlón, para Bermudas; y en halterofilia Hidilyn Díaz, de Filipinas.Otras se enfrentaron a los controles de género binarios impuestos por las pruebas de testosterona de los Juegos Olímpicos, como la neozelandesa Laurel Hubbard, la primera mujer transgénero en participar, y Christine Mboma, a quien el Comité Olímpico Internacional (COI) no dejó competir en la prueba de 400 metros. Además, Quinn ganó el oro con el equipo de fútbol de Canadá y es la primera persona no binaria visible en convertirse en medallista.
Las críticas contra la “mirada masculina” sobre las mujeres deportistas tuvieron mucha atención. Por ejemplo, las gimnastas alemanas decidieron usar trajes de cuerpo completo en contra de la objetualización sexual, y esa discusión se amplió al balonmano de playa. Los Servicios Olímpicos de Difusión, encargados de transmitir los Juegos Olímpicos, anunciaron que no permitirían la toma de imágenes hipersexualizadas de las atletas: “No verán en la cobertura algunas cosas que hemos visto en el pasado, como detalles y primeros planos de partes del cuerpo”.
Aunque la regla 50 de la Carta Olímpica impide las manifestaciones en los juegos, con el fin de mantener la neutralidad, Tokyo 2020 fue el escenario de actos de protesta como el de Raven Saunders, ganadora de la medalla de plata en lanzamiento de peso, quien estuvo bajo investigación por el Comité Olímpico por levantar los brazos en forma de cruz durante la premiación, como símbolo de “la intersección donde se encuentran todas las personas oprimidas”.
También la gimnasta costarricense Luciana Alvarado se arrodilló y levantó el puño al finalizar su rutina, haciendo referencia al movimiento Black Lives Matter. Y tres integrantes del equipo estadounidense de esgrima salieron a competir utilizando una mascarilla rosa para protestar contra la presencia del suplente Alen Hadzic, acusado de abuso sexual, y en solidaridad con las víctimas.
La renuncia de las finales de salto y barras de la gimnasta estadounidense Simone Biles, quien publicó en su cuenta de Instagram “de verdad siento a veces que cargo el peso del mundo en mis hombros”, hizo evidente el tema de la salud mental en deportistas de alto rendimiento. También, las secuelas que puede dejar el abuso sexual, físico, mental y emocional que sufrieron las niñas al interior del equipo estadounidense de gimnasia —como lo muestra el documental Atlhete A: todo forma parte de una cultura tóxica alimentada por los intereses económicos detrás de la industria del espectáculo en el deporte.
La salida de Biles no le impidió celebrar a sus compañeras de equipo, y le dio los reflectores a otras grandes gimnastas como Rebeca Andrade, de Brasil, quien ganó el oro en salto a caballo y plata en el all around con una rutina musicalizada con funk, que está de moda en las favelas donde creció.
Unos meses antes, Naomi Osaka, tenista japonesa que encendió el pebetero olímpico en Tokyo 2020, declaró que “lo mejor para el torneo, el resto de los jugadores y mi propio bienestar es que me retire”, al dejar el Grand Slam de Roland Garros tras una serie de desencuentros con la prensa y debido a la depresión con la que vive desde 2018.
Más allá de las protestas, entre los momentos más inspiradores estuvieron las muestras de apoyo entre las atletas. Rayssa Leal, de Brasil, y Momiji Nishiya, de Japón, fueron las niñas olímpicas que conquistaron el medallero del skateboarding y celebraron juntas sus triunfos. También el abrazo que las nadadoras de Estados Unidos dieron a Tatjana Schoenmaker, de Sudáfrica, al romper el récord mundial en los 200 metros de pecho en natación.
Sin embargo, aunque los Juegos Olímpicos siempre nos colocan en un tono celebratorio, es necesario seguir recalcando las dificultades que las deportistas atraviesan para poder llegar a ellos.
La participación de estas mujeres históricas en los Juegos Olímpicos nos levantó el espíritu, tuvieron grandes triunfos y colocaron en la discusión pública la experiencia olímpica vista desde el género, una nueva cresta de la ola feminista mundial. Pero aún quedan barreras estructurales por derribar que requieren una transformación más amplia de la cultura del deporte: que niñas y jóvenes puedan explorar su potencial con inversión pública, paridad y ambientes más sanos, en los que puedan dar forma a los Juegos Olímpicos del futuro en un ambiente más justo.



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